oficio de reconstruirse

Dicen que los ríos no piden permiso,
que la tierra se parte porque ama el agua.

Y nosotros, ¿qué hacemos con las grietas?
¿Las negamos? ¿Las llamamos vergüenza?
¿O las ocultamos?

El espejo conoce mis quiebres,
pero no me los muestra literalmente.
Sin embargo, ahí están, frente a mí:
una arruga nueva, la mirada menos brillante.

Me digo:
cada cicatriz es un poema que se experimenta.
Cada llanto acumulado en el cuenco de las manos
es una molécula esperando ser nombrada.

Y entonces…
una hoja que veo caer tras la ventana habla.
«Sé lo que es caer sin ser vista,
pero el suelo me abraza porque soy alimento.»

En ese instante lo entiendo:
no siempre se necesita alzar el vuelo
para sentir el cielo dentro.

Porque reconstruirse no es erguirse ileso,
no es soltarse queriendo seguir siendo
lo mismo que hace un segundo.

La vida es cambiante.
Tengo un propósito,
aunque, hasta que no llegue a él, no lo descubra.
No importa cuánto haya caído:
el abismo, al mirarme, me llena de preguntas
que tarde o temprano podré contestar.

Entonces llamo al caos por su nombre: vida.
Entonces llamo al miedo por su nombre: maestro.
Entonces la herida tiene un lugar en mi reflejo.

Por amor a la poesía

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