No somos la distancia entre aquí y allí,
sino el cruce, la curva del viento
que empuja el instante hacia su forma.
Estamos hechos para el tránsito,
flujo de una consciencia inabarcable
fragmentada en nuestras finitas mentes.
El puente no pregunta quién debe cruzarlo;
cruje bajo el peso de las almas valiente y permanece.
En el umbral del último tramo
—punto de inflexión entre los márgenes—,
algo en nosotros se reconfigura:
hueso, sangre, aliento. Luz.
Seamos, mucho antes de ese límite,
la acción entre la mano y la estrella,
la fuerza indivisible que nos sostiene.