Canto a lo sagrado y la unión: la trama invisible del vínculo
Desnudos de nombre,
bajamos al círculo.
La sal del origen
aún duerme en la lengua.
Desnudos de nombre,
bajamos al círculo.
La sal del origen
aún duerme en la lengua.
Ya no busco en lámparas ajenas
lo que, con suavidad, arde dentro.
No releo verdades en otros ojos;
prefiero encarnarlas, simplemente.
Si el cuerpo recordara
lo que las neuronas olvidan
en el intrincado poder de sus circuitos,
la piel revelaría, sin pudor,
la sabiduría atávica
de lo sobrevivido.
Crees que todo recae sobre el cuerpo,
que el día empieza
con una lista de acciones urgentes.
Pero si das permiso a la respiración
para que penetre en tu vida,
lo esencial murmura debajo:
una vibración leve,
como el sonido final del cuenco tibetano
que todavía se estira en el aire.
Cuando te abres, tantas veces,
te vuelves el espacio
que cualquiera puede atravesar, sin gratitud
(esa energía que recarga).
Hay un instante lúcido,
impulsado por fragmentos
que pidieron ser escuchados,
un sentido poderoso,
capaz de mostrar la piedra de ignorancia
que atraviesa la garganta.
Una de las sillas está bajo el árbol.
El sol atraviesa sus hojas;
todo lo que queda después,
sombra y frescor que todos agradecemos.
Te apoyas en mi muñeca,
buscas en lo profundo
Te sacaban del aula.
Te dejaban en el pasillo,
con una hoja en blanco
y la espalda en llamas.