Poema sobre la rutina diaria y la belleza en lo cotidiano
Muevo la tela.
No hay estrépito,
solo el roce leve
de un límite que cede a la luz.

Muevo la tela.
No hay estrépito,
solo el roce leve
de un límite que cede a la luz.
… ya no perdamos el tiempo,
es un capital volátil que se evapora,
Invirtamos en abrazos,
en «te quieros»
dichos con bocas muy despiertas.
Regalemos sonrisas
que nacen del estómago.
La materia ha aprendido a ser leve;
el tiempo, desnudo.
En la plaza,
un hombre mira
cómo su hija corre detrás de la pelota.
Ella se detiene al borde de un muro,
mide la distancia
y renuncia a saltarlo.
No elijo.
Elijo no elegir.
Entre lo que sube y lo que cae
ahí existo.