Poema sobre el propósito y la fuerza interior auténtica
Declaro mi lugar:
no en la herida del sacrificio,
sino en la raíz que ya arde
con su propio orden.
Textos que dialogan con el tiempo, el sentido y la condición humana.
Declaro mi lugar:
no en la herida del sacrificio,
sino en la raíz que ya arde
con su propio orden.
Un velo se descorre,
un espejo líquido
me mira a través de mi rostro multiplicado;
se disuelve,
se descompone en reflejos que no obedecen.
Si me buscas,
toca mi puerta del Este,
donde el amanecer es lúcido,
y la claridad enciende la frente.
Ya estoy al otro lado del puente.
No tengo prisa.
Te espero.
Desnudos de nombre,
bajamos al círculo.
La sal del origen
aún duerme en la lengua.
Si el cuerpo recordara
lo que las neuronas olvidan
en el intrincado poder de sus circuitos,
la piel revelaría, sin pudor,
la sabiduría atávica
de lo sobrevivido.
Crees que todo recae sobre el cuerpo,
que el día empieza
con una lista de acciones urgentes.
Pero si das permiso a la respiración
para que penetre en tu vida,
lo esencial murmura debajo:
una vibración leve,
como el sonido final del cuenco tibetano
que todavía se estira en el aire.
Hay un instante lúcido,
impulsado por fragmentos
que pidieron ser escuchados,
un sentido poderoso,
capaz de mostrar la piedra de ignorancia
que atraviesa la garganta.
Repiten como si hubieran estado allí,
aquí,
en todas partes a la vez,
como si la vida tuviera un manual
que hubieran leído —
o escrito—
con voz canalizada,
bajo la bendición de una lámpara
que se enciende justo a tiempo.