El peso de lo ajeno
Poema sobre cargar con responsabilidades ajenas y el servicio confundido con deber
En una estación,
un hombre me pide que custodie su mochila.
La cuelga en mi espalda,
tótem sellado que no debo abrir.
El andén se llena, se vacía, en el mismo segundo.
La multitud pasa, me roza, no siento el tacto.
Sigo inmóvil,
lo ajeno reclama mi atención, mi energía,
lo cuido con la devoción absurda
de quien cree que su tiempo depende de ello.
El tren se va sin mí.
Al fin el dueño del objeto regresa.
Toma lo que le pertenece, sin mirarme.
No hay voz ni gesto, tampoco reconocimiento.
Deja su gratitud en mis manos: es una piedra.
Me quedo sola,
el peso se hunde en el intersticio de mi conciencia.
La ayuda convertida en deuda, el servicio confundido con deber:
la bondad huérfana.
Entonces despierto. La escena se rompe.
En el golpe de la vigilia
comprendo:
no se trata de cargar lo ajeno,
sino de discernir desde dónde se enciende y se apaga la entrega,
donde no me pierda.