Poema onírico
Un velo se descorre,
un espejo líquido
me mira a través de mi rostro multiplicado;
se disuelve,
se descompone en reflejos que no obedecen.
Un velo se descorre,
un espejo líquido
me mira a través de mi rostro multiplicado;
se disuelve,
se descompone en reflejos que no obedecen.
Cuando la silla
se vuelva áspera,
no acomodarse,
Si me buscas,
toca mi puerta del Este,
donde el amanecer es lúcido,
y la claridad enciende la frente.
El sendero se cerró,
y volvió a abrirse
unos metros más allá, con otra forma.
El claro donde termina
aún permanece:
espacio silente
que la maleza respeta,
lugar donde una mujer
se detuvo a sentir
la voz del bosque.
Mi madre se dormía
con las manos cerradas.
No sé qué sujetaba.
Ya no sé fingir.
O no quiero hacerlo.
Alguien, a mi lado, escupe su enfado.
Espera mi voz de consuelo.
Le ofrezco silencio, sin juicio.
[…]
El cálido viento de entonces,
casi perceptible ahora,
mueve las amapolas.
El manto de espigas
permanece inmóvil.
Los dedos de la niña
intentan intuir
la textura del pétalo
que se deshace,
se desvanece
junto a la imagen,
hoy desenfocada.
[…]
Ya estoy al otro lado del puente.
No tengo prisa.
Te espero.
Hay un lugar, cerca del esternón,
que no sabe mentir.