He vuelto al lugar donde soy
la semilla y el fruto,
donde mi mente se desarma,
un desprenderse necesario.
Soy una flor que no pierde sus pétalos,
junto a otras, abiertas,
sin la memoria como cáscara.
Aquí, los pensamientos no mienten,
y los cuerpos no definen fronteras.
Nos tocamos sin delimitar territorios,
sin reclamar lo que es nuestro.
El aire es limpio de sospechas.
No hay un antes ni un después,
solo un ahora sostenido.
No hay ni promesa ni consigna;
es acto puro, simple.
Sabemos qué hay que hacer:
la común unión nos alienta.
Este plano no entiende de hostilidad,
solo sabe del ritmo de las cosas,
que se encuentran sencillamente,
como si siempre hubieran existido,
como si la presencia bastara.