Lo que nunca dijiste

Al borde de la cama,
la manta recogida
como un cuerpo que se resiste
a perder el calor.

El vaso, con la hendidura de un rostro,
permanece en la mesita de noche,
con la huella todavía
de unos labios que ya no necesitan nada.
El agua, densa, inmóvil. Muerta.

Te fuiste sin ruido,
con las despedidas necesarias,
como si desaparecer para siempre
fuera otra forma de guardar silencio.

Tu mirada, al final,
no se abrió.
Los ojos,
entrecerrados, opacos,
podían reflejar un golpe de puño en la mesa
o desesperanza.
Nunca lo sabremos.

Sostuvimos tus manos, uno a cada lado.
Sentí un espacio que se vaciaba.
Y una sensación…
algo absorbía lo que eras,
y no podíamos detenerlo.

No supe qué te dolía más:
si el cuerpo que se rendía
o el alma que se cerraba,
ya sin miedo a la entrega,
agotada de tanto hastío.

Tocar el borde de tu fragilidad
ha removido el pozo de mi subconsciente.
Y, también, ha liberado preguntas.

¿Tu silencio era escudo
o un naufragio?

No hay lenguaje para lo que no regresa.

¿Cómo saber si esa sombra
que nunca mostraste detrás de tu bondad,
alguno de nosotros la cargaremos?

Quisiera llenar este agujero en la boca del estómago
con tu voz, con tu historia,
con el roce invisible
de lo que nunca quise saber de ti.

Ahora, con la certeza cruel
de que no habrá respuestas,
aun así busco en la quietud
algo que me devuelva
al que fuiste,
al que nunca permitió
que lo conocieran del todo.

INSPIRACIÓN Y POESÍA

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Yolanda Gutiérrez
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