Lo que vibra
Poema sobre la energía interior y la sintonía con la propia esencia
Y si me digo:
estás hecha de lo que sostienes.
Algo de amor,
y horas de entrega.
Crees que todo recae sobre el cuerpo,
que el día empieza
con una lista de acciones urgentes.
Pero si das permiso a la respiración
para que penetre en tu vida,
lo esencial murmura debajo:
una vibración leve,
como el sonido final del cuenco tibetano
que se estira en el aire.
La última nota no se escucha con el oído,
sino con la pestaña,
la punta de la nariz,
la uña,
el vello de los brazos
(los sentidos empiezan
en los bordes del cuerpo).
Y esas partes,
que pocas veces atendemos,
responden
a lo que apenas se mueve,
a lo que no se dice,
a lo que cambia sin aviso.
Son, de algún modo,
emisarios de las corazonadas.
Y si las valido,
el afuera se reorganiza,
y el adentro
reconfigura
las preguntas,
pero ya sin defensa:
¿Desde dónde vibra mi energía?
¿Confío,
o solo imito la calma?
¿Me siento merecedora,
o aún vivo en la culpa
que no es mía?
¿Se filtra el miedo a la escasez
en mis gestos más pequeños?
Y si he tocado una verdad sagrada:
la emisión de una frecuencia constante
requiere una postura sana,
amable con los propios errores.
Y no,
pensar diferente no basta.
Habitar un origen nuevo,
impostado,
tampoco.
La forma no sintoniza
palabras, ideas,
mucho menos deseos.
Se afina con tu nota,
y se une al canto.