Primero fue el sonido:
la noria chirriando en lo alto,
los gritos suben, pintan el azul de rojo.
Desde arriba se verá la fila…
y las espaldas humeantes que cargan el calor.
Aquí abajo, la mano aprieta una moneda,
la única, la última;
cerrar el puño
quizá le dé más valor.
Frente a la taquilla,
la mujer mira hacia otro lado: «No te alcanza».
Los de atrás empujan.
La criatura se aparta.
No llora.
Busca un sitio
donde sentarse sin molestar.
Desde allí ve las cabinas dar vueltas,
una tras otra,
como si el mundo supiera seguir
sin su cuerpo.
El sol quema los escalones de hierro,
los pies de otros cuelgan,
y el ruido es siempre el mismo:
demasiado alto para pensar,
demasiado alegre para interrumpirlo.
La frustración no dijo ningún nombre.
Se quedó allí,
sentada a su lado,
mirando también,
callada…