A L.C.G
De niño fue templado, silencioso.
Se desplegaba donde no era visto.
Habitaba en sí mismo, sin alarde,
como crecen las raíces en invierno.
Está por escuchar lo que presiento:
que en su mirada guarda un alma vieja,
y en su conciencia habita lo más puro,
la dignidad del bien que no se impone.
A veces le fatiga lo de fuera.
¿Cómo proteger toda su belleza?
Su claridad deshace lo invisible.
Su solo ser alivia mis heridas.
No se levanta más, ni se reduce.
Él es lo que es, sin prisa y con cordura,
un árbol joven bajo nieve nueva
que se inclina para tocar mi amor.