Está en el borde de mi cama.
La mente se asoma;
es un niño inquieto en la ventana,
esperando oír su nombre.
A veces, la herida me habla
a través de ella. La escucho;
en el dolor reconozco
la verdad que me trae.
Siempre regresa, si no sano.
Y cuando el cuerpo duerme,
el corazón despierta,
en una vigilia sensata
que espera la pequeña ola
que vuelve si hubo olvido.
La sabiduría, también, una pluma
que se queda flotando,
sin caer nunca.