Poema sobre los deseos del corazón: anhelos que no esperan
Hay un lugar, cerca del esternón,
que no sabe mentir.
Hay un lugar, cerca del esternón,
que no sabe mentir.
Ya no busco en lámparas ajenas
lo que, con suavidad, arde dentro.
No releo verdades en otros ojos;
prefiero encarnarlas, simplemente.
Si el cuerpo recordara
lo que las neuronas olvidan
en el intrincado poder de sus circuitos,
la piel revelaría, sin pudor,
la sabiduría atávica
de lo sobrevivido.
Crees que todo recae sobre el cuerpo,
que el día empieza
con una lista de acciones urgentes.
Pero si das permiso a la respiración
para que penetre en tu vida,
lo esencial murmura debajo:
una vibración leve,
como el sonido final del cuenco tibetano
que todavía se estira en el aire.
Cuando te abres, tantas veces,
te vuelves el espacio
que cualquiera puede atravesar, sin gratitud
(esa energía que recarga).