Poema sobre hallar la soberanía propia y fuerza interior
Ya no busco en lámparas ajenas
lo que, con suavidad, arde dentro.
No releo verdades en otros ojos;
prefiero encarnarlas, simplemente.
Ya no busco en lámparas ajenas
lo que, con suavidad, arde dentro.
No releo verdades en otros ojos;
prefiero encarnarlas, simplemente.
Si el cuerpo recordara
lo que las neuronas olvidan
en el intrincado poder de sus circuitos,
la piel revelaría, sin pudor,
la sabiduría atávica
de lo sobrevivido.
Crees que todo recae sobre el cuerpo,
que el día empieza
con una lista de acciones urgentes.
Pero si das permiso a la respiración
para que penetre en tu vida,
lo esencial murmura debajo:
una vibración leve,
como el sonido final del cuenco tibetano
que todavía se estira en el aire.
Repiten como si hubieran estado allí,
aquí,
en todas partes a la vez,
como si la vida tuviera un manual
que hubieran leído —
o escrito—
con voz canalizada,
bajo la bendición de una lámpara
que se enciende justo a tiempo.
Muchos días
enciendo una vela blanca antes del mediodía.
Mientras la niña interior medita, sincroniza
el latido de sus fractales con el universo:
He tenido que volver, en servicio, demasiadas veces
a un cuerpo que no descansa.
Presagio de tristezas antiguas,
lejía,
y de todo lo que tememos que suceda;
No hay milagro.
Solo un leve ajuste:
otra frecuencia.
hoy me hablé
como si nunca me hubiera fallado