Virtud en el Lodo

Miro las manos, son piel, grietas, tierra.
Nada en ellas promete eternidad,
pero sostienen lo que me importa.
Ahí está la virtud, no arriba ni lejos,
sino en lo que toco, en lo que cargo,
en lo que divido para dar.

No se trata de brillar, sino de arder un poco;
de ser fuego bajo la olla donde hierve el día a día,
de masticar el cansancio, digerirlo en risas,
porque alguien cerca o dentro
tiene hambre de eso —yo también—.

De niña aprendí —no es memoria, es músculo—
que lo valioso no lleva nombres bellos,
que es el acto necesario que nadie percibe.
Que también es ese grito de guerra que me niego a domar
y el correr descalza en medio del desastre,
porque sé que la alegría crece en la hierba fresca.
Por eso, mientras camino por el lodo,
intento que la luz no me vista, que me manche,
dejando huellas de ella fuera y dentro de mi casa.

Por amor a la poesía

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