Poema sobre cargar con responsabilidades ajenas y el servicio confundido con deber
El peso de lo ajeno
En una estación,
un hombre me pide que custodie su mochila.
Ya estoy al otro lado del puente.
No tengo prisa.
Te espero.
Mientras la niña interior medita, sincroniza
el latido de sus fractales con el universo:
aprendí a doblarme
para caber en la forma
de otras mujeres
hoy me hablé
como si nunca me hubiera fallado
Al principio no entendía
por qué no era como los demás.
He aprendido a no contar las veces que no ocurrió nada.
No porque no duelan —duelen—,
sino porque esa álgebra no vuelve fértil la tierra.
No es fácil. Todo afuera
dispersa, distorsiona, dificulta.
Lo observo desde dentro;
en su núcleo hay miedo.
Escudriño más profundo,
donde la luz se mantiene intacta,
donde cada filamento encuentra su lugar
y nada se deshace.
donde la luz se mantiene intacta,
donde cada hilo encuentra su lugar
y nada se deshace.
El corazón avanza,
la mente inferior se queda al margen;
lo material, menos tangible,
cede su poder al elevarse.